La creatividad, al desagüe

Alimentarse de suspicacias o permitir que otros nos contaminen esa obsesión por hallar posibles intereses ocultos resulta claramente insano, y más aun cuando la información, la veraz, la probable, la contrastada, la oficial y también la oficiosa, nos muestra sin ambages cuáles son los mecanismos que derivan en que una noticia, esperada o no, se publique en una determinada fecha. Pero resulta más sencillo e incluso más entretenido dar crédito a cualquier bulo plausible, pues nos permite la socarronería y la maledicencia, al tiempo que otros alaban nuestra capacidad de leer entre líneas, a pesar de que ni siquiera hay líneas. Y es que, a fin de cuentas, lo que se busca con la elucubración es el halago del común, por eso se intenta dotarla de aires de verosimilitud.
Pero, normalmente, se parte de una premisa errónea, pues atribuye un talento maquiavélico a gente que es, simplemente, corriente; y, cuando los argumentos se colocan sobre arena, a nada que se expongan al devenir, acaban por desmoronarse.
No obstante, la teoría tiende a mantenerse hasta que otra, más rocambolesca, la sustituye sin cuestionarla o contribuye a alimentar la primera, otorgándole nuevos giros, que, en todo caso, sirven únicamente para incrementar el mito, ensalzando aun más una astucia inexistente. Así, el rebaño, que es a fin de cuentas al que queremos combatir, se hace fuerte en su ceguera y se regodea, sin pudor, en los presuntos méritos del supuesto responsable del hecho cuestionado por el que levantó la liebre.
Pero, además, desconocer los límites entre lo real y la fantasía, desaprovecha un talento innato para la creatividad, que en lugar de servir de acueducto con el que nutrir una obra magna, es canalizada directamente hacia el desagüe.
La situación, cuando menos, es curiosa. Y la pérdida de tiempo, asombrosa.

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